“Todo pasa, lo bueno, lo lindo, lo malo, lo feo…”
Germán Odal
Hace algún
tiempo que quiero contar una historia que no se parezca a cualquiera de las
cosas que he leído, no porque los demás escriban mal, solo que en este momento
de mi vida siento que estoy en lo más bajo de la montaña, una nueva montaña y
observando el camino recorrido tengo la impresión de haber vivido siempre las mismas
historias con diferentes rostros, que se parecen a los anteriores y eso se
torna un poco aburrido. Claro está que puede ser una mera impresión mía
solamente, pero por lo pronto no voy a dar nada, por cierto, concreto o seguro…
Mi nombre
es Clara Yañez, podría autodefinirme como una chica de mediana edad, sin hijos,
sin esposo/a, vivo en casa de mis padres, trabajo de forma independiente, sigo
estudiando a mis 36 años, no suelo salir mucho, el grupo de mis amistades está
reducido, puesto que pienso que un amigo se entiende como aquel que está en las
buenas y en las malas y no en las que conviene como suele pasar, pero tengo a
mi buena amiga, Sienna. Soy de clase baja (para quienes ven las cosas desde las
clases sociales), mientras que para algunos este tema suele ser causa de
discrepancias y discusiones para mí, es una de las bendiciones que Dios me dio,
porque tengo la dicha de profesar la fe católica, apostólica romana, como decía
mi padre. No soy dependiente totalmente de las tecnologías, o por lo menos no
me gusta serlo, y no porque hoy comience a escribir voy a comenzar rompiendo la
tradición en ese aspecto. El sentido de esto es dejar impresos a través de mis
manos, todo lo que puedan ver mis ojos y sentir mi corazón mientras me busco y
me encuentro. Sé que es complejo de entender, pero a lo largo de esta historia
le podrán poner lógica y quizá sea causa de análisis o críticas, espero sean
positivas y constructivas, porque si hay algo de lo que estoy escapando en esta
oportunidad es del exceso de críticas destructivas, de gente tóxicas, de
decisiones poco acertadas, propias y ajenas, de momentos dolorosos, que
afectaron mi vida de una manera muy intensa, sacándome de la ruta que
perseguía. Con frecuencia tendemos a equivocarnos y volver a empezar, normalmente
buscamos que los errores sean los menos posibles, pero eso no tendría sentido,
no festejo el hecho de vivir errando para que otros arreglen lo que en nosotros
recae responsabilidad, pero sí trato de ser comprensiva conmigo misma y
aprender, porque de eso se trata ¿verdad? Además, busco aceptar que cada
persona tiene un tiempo específico para desarrollarse y triunfar, pero que
nunca se bajan los brazos hasta que eso sucede, y todo esto no es un compendio
de simples frases que aparecen en los posteos de Facebook o Instagram. Muchas
de estas cosas las he aprendido y escuchado a lo largo de mi vida, creo que
muchos de ustedes también, solo que a muchas de ellas les voy encontrando un
sentido más lógico y tranquilizador hoy, que vivo de otra manera que hace 10,
20 o 30 años.
Nací en la
década de los 80’s, una de esas épocas que me gusta en llamar “bisagra”, debido a que el modelo de
humanidad estaba atravesando crisis por causa de los profundos cambios que
estaba viviendo, quizá si creyera en el horóscopo, tal vez diría que eso podría
ser una señal de lo que soy y a donde voy, pero desde que las predicciones de
los signos zodiacales y la inmensa cantidad de gente poco seria en el ramo que existe,
ese hábito se me hizo un ritual de esparcimiento y diversión, que al menos
logra sacarme una sonrisa cuando habla de los tremendos negocios que no tengo y
que me llevarán a ser rica, o bien lo cómico que resulta saber que tengo
mejorar la relación con el novio que no me disgusté y que no tengo… Sin
embargo, es curiosa esa sensación que me arrastra a buscar cambios en
determinados tiempos…
Verán, la
búsqueda de unas buenas vacaciones ha sido exhaustiva, las he postergado tantas
veces priorizando deudas, impuestos, comida, y no sé cuántas cosas más que no
me ayudaron a alcanzar esa paz mental que tanto quería. Tuve grandes
oportunidades de irme unos días y no lo hice, no sentía que me lo merecía que
yo no debía o no iba a poder viajar sola, sin mí familia a un lugar para
descansar, de hecho, que eso de “descansar” nunca lo vi como algo alcanzable y
necesario para alguien como yo que carece de recursos y que lo que gano, no
basta más que para comer. Pero evaluando mis gastos de una forma más prolija y
significativa, me di cuenta que no necesito ir a grandes islas paradisiacas
para encontrar la paz que necesito, tampoco quiero que otros soporten lo que me
demandará esto, pero poniendo un poco más de energía positiva y buenos
pensamientos de mi parte, en breve haré un viaje a un lugar que solía visitar
cuando era niña. No espero encontrar todo como en esa época, aunque sí espero
que me vuelva a enamorar de ese lugar, que me sorprenda para bien, que me
cargue de tantos buenos recuerdos que desalojen de mí, las lágrimas, la rabia,
la desilusión y el dolor que me ha acompañado en este tiempo último, espero que
en esa tranquilidad pueda reencontrarme, ver el mundo de una manera distinta y
más positiva, plantearme nuevas metas y organizarme para lograrlas, necesito
recargarme de voluntad, de anhelos, de ilusión, de amor, de felicidad…
Yo amo a
mi familia, pero no puedo asimilar y convivir con los cambios tan fuertes que
en estos últimos 10 años hemos atravesado. La muerte de mi padre, algunos tíos
y tías, mi abuela paterna y José, en quien había puesto todas mis esperanzas de
crear y vivir el futuro que nos había sido arrebatado, especialmente después de
lo devastada que estaba por el luto de Papá, sin embargo, él también se fue y
yo sentí que me quedé sin nada, que puedo estar rodeada de mucha gente, pero me
siento sola. Después de todo eso, en medio de la pandemia (con lo difícil que
fue para todos) Dios me regalo 2 sobrinas que le devolvieron la luz a mi
corazón, a mi vida, pero ese chispazo se vio afectado por muchas decisiones desacertadas
ajenas a mí, donde predominó la mentira, la soberbia, la envidia, la avaricia,
la gula, la lujuria, la ira, el engaño, palabras horribles que nos obligan a mí
a y mis sobrinas a estar cerca pero sufriendo, nadando en lágrimas amargas,
porque aunque son pequeñas ya se dan cuenta de todo. Sumado a eso la enfermedad
de Mamá que avanza sin piedad sobre ella me destroza la vida, llenándome de
miedo y desesperación. Es así que poco a poco, mi casa se ha convertido en
Tierra de nadie y de todos a la vez, donde todos nos gritamos, no nos
escuchamos, nos mentimos, nos lastimamos y de alguna manera debemos lograr una
sonrisa hipócrita para nuestras pequeñas porque ellas son nuestra prioridad y
tenemos que desdibujarles el mundo conflictivo al que las trajimos y que les
construimos sin más ayuda, que nuestras ganas intensas de hacernos daño a
cualquier precio, total, después lo arreglamos con alguna materialidad que
surja, dejando las heridas pestilentes a un costado, soltando un olor
nauseabundo que nos devuelve al ciclo nuevamente y así se pasan los días.
Comemos sabrosos alimentos desesperadamente, que, en nuestra boca saben
amargos, lastimándonos, no dormimos en profundidad, porque vivimos
torturándonos, criticándonos, humillándonos, amenazándonos, llenándonos de
ansiedad y dejándonos en total estado de alerta, pensando de qué otra manera
podemos ofendernos.
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